También resulto importante en mi decisión que mi padre fuera médico. Recuerdo pasear con él y encontrarnos con algunos pacientes suyos, la estima y gratitud con que le miraban y el fuerte apretón de manos o incluso abrazo de esos pacientes me dio el último empujón. Era evidente que mi padre ayudaba a esas personas, de alguna forma les hacia la vida mejor; y me pareció una gran ventaja añadida al hecho de conocer el cuerpo humano.
Así pues, en principio mi motivación era más científica que asistencial. Confieso que algo ha cambiado, me sigue atrayendo el reto científico de saber que sucede dentro de un paciente y buscar la solución adecuada, pero ahora valoro mucho más aquella ventaja añadida. Comprobar cómo un simple saludo tranquiliza a algunos pacientes y darme cuenta del potencial que una bata blanca tiene para el bienestar de la gente me llena de orgullo; y también de sentido de la responsabilidad (eufemismo de miedo en algunas ocasiones…). Ciencia y humanismo. Esta profesión tiene la cualidad de estar llena de momentos transcendentales, grandes o pequeños pero transcendentales.
Durante los últimos años me he dado cuenta que ser médico es algo muy importante. Ser médico no es solo un trabajo, no es una simple ocupación remunerada; un modo de vida. Sin duda hace seis años tomé una de las mejores decisiones de mi vida.
Reflexiones de una alumna y más.
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